La digitalización es un aspecto imparable de nuestras sociedades modernas. Cada vez más datos personales acaban en manos de grandes empresas tecnológicas que, en contraprestación, nos ofrecen cada vez nuevos y mejores servicios. Esto, no obstante, conlleva unos riesgos para la privacidad y una preocupación creciente de la ciudadanía, que ya ha visto saltar a los medios diversos escándalos por una gestión poco ética, o directamente ilegal, de esos datos.

Ejemplos como la polémica ante la noticia de que diversos organismos públicos, como el INE o el Ministerio de Fomento, estaban llevando a cabo proyectos para estudiar la viabilidad de obtener un beneficio público de datos procedentes de operadoras de telefonía móvil demuestra aún más cómo la recolección, gestión y analisis de estos datos de forma transparente es un requisito fundamental para poder disfrutar de unos servicios públicos enriquecidos con datos.

Vivimos rodeados de malas interfaces, las sufrimos de camino al trabajo, las tenemos dentro de nuestras casas, las llevamos en la palma de la mano; están en todas partes. Pero nosotros, diseñadores y diseñadoras, nos enorgullecemos de crear interfaces y experiencias memorables para nuestros usuarios y nunca cometeríamos semejantes despropósitos… ¿o sí? ¿Es posible encontrar un cierto placer en hacer las cosas mal a propósito?

En esta amena charla vamos a ver como podemos usar el diseño como una herramienta para el humor. Veremos ejemplos de interfaces absurdas, maléficas o simplemente horrorosas, y presentaremos un método para crearlas. Como no todo pueden ser risas, vamos a reflexionar también sobre nuestra responsabilidad profesional y veremos casos reales de catástrofes causadas por malas interfaces. La moraleja será que, aunque parezca contradictorio hacer las cosas mal a propósito, vamos a irnos a casa con un par de herramientas para ver nuestro trabajo desde nuevas perspectivas.